Dicen que las personas con trastorno borderline nos vemos más afectadas con la pérdida de alguien al que queremos por temor al abandono y al sentimiento de vacío. Sinceramente, me he sentido así antes y durante la despedida, ahora lo que me persigue es una gran desesperanza y una enorme despreocupación por las cosas que antes me importaban más que nada.
Pensé que esa misma noche, aquel fatídico Halloween estaría llorando, abrazando la almohada y maldiciendo a un Dios que parece odiarme desde que nací. Pensé que sentiría tanta agonía, tanta ira y tanto dolor como nunca había sentido. Pero no fue así, creo que había llorado tanto y sentido tantas cosas horribles durante estos dos meses que ya no me quedaba nada más que sacar a la luz.
Desde que Aron me soltó la mano para a lo mejor no volvérmela a agarrar, Samuel me llamó preguntándome por cómo fueron las cosas e intentando que pensara en otro tema, lo que en mi caso es muy difícil, ya que cuando se me mete algo en la cabeza no hay manera de que salga. Esa misma noche pude llegar a casa sana y salva aunque como si se hubiera muerto alguien y con poco sentido del humor. Mi hermana también hacía lo mínimo para conseguir que saque una sonrisa, pusimos una película de miedo (La Posesión), que era ridiculísima pero logré reírme un poco viendo cómo mi hermana brincaba en el sofá por los sustos de la película.
Durante este mes, he estado apoyándome mucho en mis amigos pero no para hablar del tema, ya que sigue costándome contarlo sin que me tiemble la voz. Nos íbamos a dar un paseo los fines de semana o a ver tiendas (una de mis mayores terapias), pero la intención era tener la cabeza bien ocupada y aprovechar lo que me queda de tiempo aquí con mis amigos. He logrado reírme, querer salir de casa y pensar en otras cosas. De no haber sido por ellos, que estuvieron a mi lado desde que ocurrió todo, ahora estaría muchísimo peor. Samuel está acompañándome todos los viernes a mis clases de Estadística y Computabilidad para hacerme compañía y luego dar un paseo. Sinceramente agradezco mucho lo que está haciendo, está entregándose a ayudarme más de lo que imaginaba y eso que le conozco desde que tenía 8 años.
Respecto a cómo me van las clases, pues no sabría qué decir. Desde que se fue Aron estoy un poco más indiferente, ya las notas no me alarman y si no entrego una práctica no me siento tan culpable y miserable como antes. Intento tenerlo todo al día y hacerlo todo lo mejor posible pero sin actuar como si la vida me fuera en ello. Estoy aprovechando las horas de clase para estudiar por mi cuenta, ya que me resulta más rentable estar una hora practicando que mirando al profesor. Lo lamento mucho por las clases, pero es que ando escasa de tiempo y no tengo ninguna gana de verme con prisas en enero ni estudiando en Fin de Año como he hecho últimamente. Pero he conseguido llevar casi todas las asignaturas al día y estoy teniendo expectativas ni tan buenas ni tan malas, me basta con poder llevarlo sin que me resulte un martirio.
Realmente, este mes he sentido de todo: ira, tristeza, desesperanza, vacío, agonía, rencor, melancolía... Aunque Aron no tenga culpa de ello, no resta que esté enfadada con él por el dolor que estoy pasando pudiendo estar mejor. Pero lo único que me viene rentable hacer ahora para que la depresión no me coma viva: mantener la cabeza bien ocupada.