jueves, 21 de mayo de 2015

Belonefilia: Atracción a las agujas


Siempre he pensado que de las fobias a las parafilias hay un paso y lo mismo pasa con el amor y el odio. Es increíble como unos polos tan opuestos pueden llegar a tener un camino tan estrecho que los separa y, quizás por eso, de ahí reside todo su encanto. Para aquellos que desconozcan el término, las parafilias son atracciones hacia determinadas partes del cuerpo, personas, objetos o situaciones que no involucran necesariamente al acto sexual. Llevo años observando este campo, ya que es un tema muy interesante y del que se puede aprender mucho para comprender cómo piensan las personas que tenemos a nuestro alrededor sin tratarlas como enfermos.

Hoy quiero hablar sobre una parafilia con la que llevo conviviendo desde hace más de 10 años: la belonefilia. ¿Qué significa esta palabrota? Se trata de la atracción irrefrenable hacia las agujas. ¿Cómo he llegado a esto? Muy sencillo, pasando primero por su rival, la gran conocida por muchos que se llama belonefobia.

De pequeña tenía un pánico descomunal hacia las agujas, tal vez por la edad que tenía o por el hecho de que una aguja de tal tamaño iba a atravesar mi piel. Mi madre tenía que llevarme al médico a ciegas, es decir, sin contarme la razón por la que íbamos a ir hasta estar dentro del centro, ya que o me escondía en algún rincón de la casa, me hacía la enferma o lo pasaba terriblemente mal la noche anterior hasta el punto de costarme conciliar el sueño. Cada vez que tenían que vacunarme en el colegio o en algún hospital, parecía una odisea: patadas, gritos que se escuchaban por todas las esquinas, tres médicos sujetándome... Por mucho que me explicaran su beneficio, ni lo entendía ni quería entenderlo.

A los once años me tocó hacerme mi primera prueba de la alergia. Yo pensé que iba a ser una cosa completamente distinta hasta que llegué a la lúgubre sala y veía a gente sentada con los brazos tendidos y llenos de pinchazos. Obviamente, lloraba y llamaba "traidora" a mi madre por haberme llevado allí a hacerme eso sabiendo perfectamente lo mucho que lo odiaba. Creía que iba a sufrir hasta que lo notaba como si se tratara de un pellizco y me reí de lo estúpida que había sido. A esa misma edad, tenía que hacerme otras vacunas más (difteria, hepatitis, tétanos...) y, para tranquilizarme recordaba la prueba de la alergia y decía para mí misma "da más miedo el tamaño de la aguja que el pinchazo", así que cumplí con todas las vacunas sin armar ningún escándalo.hasta que, por una inexplicable razón, aquello comenzó a gustarme. Durante la adolescencia los compañeros de clase y los profesores se metían mucho conmigo y tenía un nivel de estrés preocupante. Todo el mundo lo sabía, nadie hacía nada y yo era demasiado cobarde para hablar. Para no pasar por ninguna desgracia y darle un disgusto a mi familia, pinchaba mis manos y brazos con una aguja hasta desahogarme completamente.

Hace casi dos meses me hice un piercing en el ombligo y me ha gustado tanto cuando me lo hicieron que a veces temo pasarme con el número de perforaciones que vaya a hacerme. Hoy en día ya no aplico lo mencionado anteriormente pero cada vez que van a ponerme una vacuna o hacerme la prueba de la alergia, lo disfruto como la que más.

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